Cuando el orgullo se apodera de nosotros, vemos a todos los demás como competidores y creemos que lo único que importa son nuestros deseos. La humildad, sin embargo, es rendirse ante Dios y ofrecer nuestros servicios a los demás
Hay maldad en este mundo, pero la mayoría de las veces, lo más peligroso son los monstruos interiores. Estos monstruos nos llevan a convertirnos en las versiones más oscuras de nosotros mismos, y demasiadas veces nos sentimos aislados para luchar estas batallas por nuestra cuenta. Pero no estamos solos. Aunque el mal intente robarnos, Jesús ya lo ha vencido. En lugar de ser víctimas de la pereza, la lujuria, la gula, la ira, la envidia, el orgullo y la avaricia, invoquemos el nombre de Jesús y revistámonos de diligencia, pureza, autocontrol, reconciliación, plenitud, humildad y generosidad. Cuando dejamos entrar a Jesús, los monstruos no tienen dónde esconderse.