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La Biblia comienza con la luz, y Jesús se convierte finalmente en la Luz suprema del mundo. Donde hay oscuridad, hay ausencia de Dios. Pero cuando recibimos a Jesús, lo abrazamos como nuestra luz y somos capaces de compartir su amor, presencia y gracia con los demás: ¡Él puede brillar a través de nosotros!