El don de dar
Kristyn Berry, redactora voluntaria, Crystal Lake | 4 de septiembre de 2024
No he codiciado la plata ni el oro ni la ropa de nadie. Vosotros mismos sabéis que estas manos mías han suplido mis propias necesidades y las de mis compañeros. En todo lo que hice, os demostré que con este tipo de trabajo duro debemos ayudar a los débiles, recordando las palabras que el mismo Señor Jesús dijo: 'Más bienaventurado es dar que recibir.'
Hechos 20:33-35
Cuando teníamos poco más de veinte años, mi hermana y yo vivíamos en Chicago, donde trabajábamos y nos pagábamos la universidad. Mi hermana tenía un trabajo estupendo en la Ópera Lírica y todas las semanas ofrecían un bufé de comida gratis a los empleados como muestra de agradecimiento. Un día, mi hermana vio el final del buffet libre cuando los encargados del catering estaban tirando las sobras. Como odiaba ver cómo tiraban la comida y tenía un corazón grande y bienintencionado, cogió rápidamente un par de recipientes de comida para llevar y los llenó todo lo que pudo. Salió del edificio e intentó entregar uno a la primera persona que le pidió ayuda. No les interesaba la comida, sólo el dinero. Así que siguió dando vueltas a la manzana para ver si encontraba a alguien que quisiera comida gratis. Cuando terminó su descanso para comer, ya no tenía a nadie. Esa noche, durante la cena, contó la historia, consternada y descorazonada por el hecho de que su buena acción no hubiera sido fructífera.
Cuando damos, ya sea nuestro tiempo, nuestros recursos o nuestro amor, a menudo experimentamos una profunda sensación de alegría y satisfacción. Esta alegría no es una mera emoción pasajera, sino una sensación duradera de propósito y conexión. Los actos de generosidad crean vínculos, fomentan la comunidad y nos recuerdan nuestra humanidad común. Al dar, reflejamos el amor y la gracia de Dios, convirtiéndonos en conductos de sus bendiciones.
¿Qué ocurre cuando esto se pone a prueba? ¿Qué ocurre cuando nuestro corazón dadivoso se ve desafiado? Pablo experimentó oposición en 1 Tesalonicenses cuando relata su estancia en Filipos y se atrevió a hablar del Evangelio. La gente no quería oír lo que tenía que decir, pero él siguió adelante, pues buscaba agradar a Dios, no a la gente. Ofreció todo lo que tenía en el trabajo mientras compartía la palabra de Dios y todo lo que le quedaba con la gente con la que construyó una comunidad.
Cuando abrazamos el principio de dar, nuestros corazones se alinean más estrechamente con el de Dios. Su naturaleza es de una generosidad sin límites. El origen del dar nos recuerda el acto supremo de dar: "Porque tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo unigénito", Juan 3:16. Dios nos dio el regalo más precioso de todos, su Hijo, Jesús, que dio su vida para que nosotros tuviéramos una vida eterna. Al vivir el principio de dar, aprovechamos una verdad divina que enriquece nuestras vidas y las de quienes nos rodean. Al dar, recibimos bendiciones sin medida, y nos acercamos más a Dios y a los demás.
Próximos pasos
¿Podrías rezar esto hoy?
Querido Padre Celestial, gracias por darnos el don de tu Hijo y el ejemplo de máxima generosidad. Ayúdanos a comprender y abrazar la verdad de que es más bendito dar que recibir. Abre nuestros corazones a la alegría de dar y guíanos en nuestros esfuerzos por bendecir a los demás. Que nuestros actos de generosidad reflejen Tu amor y den gloria a Tu nombre. Te lo pedimos en el nombre de Jesús. Amén.