Déjalo ir
Laurie Buffo, escritora voluntaria, South Barrington | 21 de marzo de 2024
Si usted, Señormantuvieras un registro de los pecados,
Señor, ¿quién podría soportarlo?
Pero contigo hay perdón,
para que podamos, con reverencia, servirte.
Salmo 130: 3-4
Llevo varios años tratando de gestionar mejor mis emociones indeseables. Estoy aprendiendo a no temerlas y a considerarlas como maestros. Son mensajeros vitales que me ayudan a comprender mis necesidades y me muestran cómo cuidar de mi alma.
La vergüenza es el hermano malsano de la culpa. Aprecio la diferenciación que hace Brené Brown entre ambas. Dice que la vergüenza se centra en uno mismo. Dice: "Soy malo". En cambio, la culpa dice: "Hice algo malo". Señala que la culpa es adaptativa porque nos motiva a arreglar las cosas. Al contrario que la culpa, la vergüenza es destructiva y no puede llevarnos a cambiar.
La vergüenza fue una vez mi compañera constante porque creía que me ayudaría a ser mejor persona. Me obsesionaba con mis errores, intentando ver qué me pasaba para poder arreglarlo. La ciencia del cerebro nos dice que podemos modificar nuestros hábitos observando las recompensas que percibimos. Así que he aprendido a hacerme algunas preguntas cuando siento vergüenza. La primera pregunta es: "¿Reprenderme a mí misma me parece útil?". Tras meses examinando los resultados de revolcarme en la vergüenza, me di cuenta de que no lo hace. Lo único que consigo humillándome es sentirme fatal. Incluso me lleva a aislarme de los demás, empeorando las cosas. Ahora intento ver mis pecados como oportunidades de aprendizaje y no como una prueba de que soy terrible.
A continuación, me pregunto si hay algo de lo que deba responsabilizarme. A veces, me siento avergonzado por las acciones de otras personas. Cuando reconozco que estoy asumiendo algo que pertenece a otra persona, me recuerdo que su comportamiento se refleja en ellos, no en mí.
Cuando determino que soy culpable de algo, busco la manera de afrontarlo. A menudo, basta con una confesión y una disculpa. Me sincero con Dios y con los demás y expreso mi dolor. A veces, también necesito tomar medidas para corregir mis errores. Asumir la responsabilidad de mis pecados no es fácil, pero recuperar mi integridad merece la pena. Además, le pido a Dios que me recuerde los desagradables resultados de mis errores cuando sienta la tentación de repetirlos.
Una vez que he hecho todo lo posible, el último paso es dejarlo ir. El pasaje de hoy me ayuda: "Si tú, Señor, llevaras la cuenta de los pecados, Señor, ¿quién podría resistir?". Ningún ser humano en la tierra es perfecto, así que ¿por qué iba a serlo yo? El siguiente versículo me recuerda que con Dios hay perdón. Mi Creador me perdona, así que yo debería ser capaz de perdonarme a mí mismo. Puedo dejarlo pasar y ser un siervo eficaz, aunque imperfecto, del Señor.
Próximos pasos
¿En qué medida te ayuda obsesionarte con tus fracasos? ¿Qué te impide asumir la responsabilidad de tus pecados? ¿Eres capaz de perdonarte a ti mismo?