Un ejemplo

Nancy Hatcher, escritora voluntaria, South Barrington | 19 de diciembre de 2023

Había también una profeta, Ana, hija de Penuel, de la tribu de Aser. Era muy anciana; había vivido con su marido siete años después de casarse, y luego fue viuda hasta los ochenta y cuatro años. Nunca salía del templo, sino que adoraba día y noche, ayunando y rezando. Acercándose a ellos en aquel mismo momento, dio gracias a Dios y habló del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
Lucas 2:36-38


Como muchos adolescentes, mis hijos eran dormilones los domingos por la mañana. "Es domingo, hora de ir a la iglesia", les decía. "Sólo unos minutos más", gemían. "¡¡¡Por favor!!!"

No es que no les gustara nuestra iglesia; no se cansaban de la música y los mensajes. Pero yo sabía que teníamos que hacer algo para sacarlos de debajo de las sábanas. Así que les prometimos desayunar en nuestro restaurante local favorito. Y entonces ocurrió algo milagroso. 

Conocimos a una encantadora mujer mayor que era la nueva recepcionista a las puertas del auditorio. Se interesó mucho por mis hijos. A Dorothy le encantaba dar abrazos y se interesaba por sus vidas; realmente quería saber qué les movía. Imagínate, ahora querían levantarse para ver a su nueva amiga.

Cuando leí el pasaje de hoy, me vino a la mente Dorothy: en el evangelio de Lucas, Ana, una viuda de muchos años, vivía en una pequeña habitación en el templo, adorando todos los días y todas las noches. Además de servir a Dios día y noche, Ana tenía una distinción única; también era profetisa y predijo el nacimiento del Mesías. Debió de esperar y esperar y esperar un poco más a que el Rey Jesús llegara a la escena.

Un mes después de nacer Jesús, María, José y Jesús fueron al templo a ofrecer sus sacrificios, como era su costumbre. Simeón, otro devoto seguidor, tomó a Jesús en brazos y lo presentó en el templo. Ana también tuvo el privilegio de contemplar el rostro del Niño Jesús. Dio gracias y proclamó que por fin había llegado el Redentor. 

Después de leer este pasaje, recordé a nuestra amiga que nos saludaba todos los domingos y quería tanto a nuestros hijos. Cada vez que se abrían las puertas, Dorothy adoraba a Dios sirviendo a la gente. Pablo nos dice en Romanos que "... presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto espiritual."

El ejemplo de Anna nos muestra a todos que adorar y servir a Dios no está reservado sólo a los jóvenes, sino también a los jóvenes de corazón, como nuestra cariñosa saludadora Dorothy.

PD. Porque me gustan, dedico esta devoción a mis fieles y amables amigos que sirven semana tras semana, abriendo puertas, respondiendo a montones de preguntas y amando a la gente. 

Próximos pasos

Considere la posibilidad de ser voluntario para saludar en un concierto o en nuestros servicios de Nochebuena. O echa un vistazo a otras oportunidades de servicio en Willow.