Nuestros pequeños mundos ocupados
Willow Creek | 4 de mayo de 2021
Convertirme en madre me ha enseñado más lecciones espirituales que cualquier otra área de mi vida. Las mujeres nos convertimos en madres pensando que amaremos y nutriremos a nuestros hijos, los criaremos y les enseñaremos todo lo que aprendamos, los cuidaremos como un jardín para que puedan prosperar y florecer, y rezaremos para que Dios nos use para enseñarles quién es Él.
No anticipé la reciprocidad de todo esto: que Dios usaría a mis hijos tanto o más para enseñarme quién es Él.
Podría contar tantas historias y las lecciones que Dios sigue enseñándome. Podría escribir sobre el amor duradero. Podría escribir sobre el sacrificio. Podría escribir sobre la disciplina que está arraigada en un amor interminable e inquebrantable que quiere tanto para mis hijos. Podría escribir sobre las oraciones en mitad de la noche, o sobre sentirme como una niña que llora agotada mientras termina los últimos platos del día, con la esperanza de que tal vez esta noche consiga algo más que unas pequeñas horas de sueño ininterrumpido. Podría escribir sobre la alegría que me produce la individualidad de mis hijos, y el dolor que siento cuando se hacen daño entre ellos.
Pero voy a compartir un momento que ocurrió ayer mismo.
Para entender el peso de este momento, primero hay que comprender que mi hijo de cinco años, Chase, hace honor a su nombre y no para de moverse. Estoy segura de que desvía parte de mi energía para vivir al doble de velocidad que la mayoría de los humanos. Revolotea de "Mamá, ¿puedo tener...?" a "Mamá, ¿puedo hacer...?" a "Mamá, ¿puedo...?" de sol a sol.
Así que ayer, después de horas de su ritmo normal de preguntas y peticiones, Chase volvió a preguntar,
"¿Mamá?" Suspiré un poco.
"¿Sí, Chase?"
Un poco exasperada, esperaba alguna pregunta sobre el tiempo de pantalla, los materiales de arte, cuándo vendrá fulano a jugar o la merienda.
En cambio, hubo una ligera pausa y Chase se limitó a decir,
"Te quiero. Gracias por amarme y cuidarme".
Eso hizo que mi pequeño y ocupado mundo se detuviera.
Fui hasta donde estaba, me puse delante de él y le di un abrazo. Le dije que yo también le quería y que era mi mayor alegría y honor ser su madre. Y es mejor que creas que me bebí ese momento por todo lo que valía. Podría haberme quedado allí todo el tiempo que Chase me hubiera permitido, pero después de saborearlo todo lo que pude, Chase se fue corriendo a buscar la cartulina y la purpurina para su próximo proyecto.